La maternidad siempre ha sido un tema muy interesante para mí. A pesar de no saber si sería madre, me gustaba escuchar a las personas que lo estaban viviendo. Escuchaba sus reflexiones, sus miedos, sus culpas, sus quejas… Y de eso me gustaría hablar de las quejas.
La vivencia de la maternidad es un viaje muy intenso y ahora comprendo el concepto «la maternidad te atraviesa» porque realmente es así. Y cuando una experiencia es tan intensa, tan compleja, tan demandante, tan transformadora, pero también tan opinable, comparable, juzgable… es normal que surja la queja. La queja de lo que te dicen y no te dicen de TU maternidad.
Cada crianza, cada maternidad es diferente, incluso en la misma mujer si es la primera o la segunda. Y los tiempos son diferentes cuando se compara lo que hicieron nuestras abuelas para criar a nuestras madres o nuestras madres para criarnos a nosotras.
Las demandas actuales en relación a la infancia son altas y requieren mucha presencia, mucho acompañamiento a unas criaturas mucho más estimuladas que antes. Y no quiero mitificar el momento actual, dejando por el suelo lo que suponía antes; ¡pero quiero utilizar este espacio propio para quejarme!
Me quejo de los comentarios que comparan cómo lo hicieron las abuelas con sus maternidades entrelazadas, con sus trabajos domésticos, con sus rutinas más salvaje… y nosotras con nuestras maternidades únicas, con nuestros trabajos domésticos compartidos y nuestros trabajos fuera de casa, con nuestras exigencias sociales y virtuales, con nuestros momentos de autocura. Las exigencias son diferentes y, por tanto, incomparables.
Tengamos la conciencia tranquila de que ellas en su momento lo hicieron lo mejor que sabían, al igual que nosotras también lo estamos haciendo lo mejor que sabemos. Tengamos la conciencia tranquila que quejarnos y poner límites a nuestra crianza es una forma de evolucionar poco a poco.
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