La situación de la Covid-19 nos ha obligado a cambiar una de las cosas que teníamos más integradas: el contacto. Actualmente podemos decir que hemos vuelto a una cierta normalidad, pero no podemos negar que han sido momentos difíciles en los que hemos tenido que luchar contra el instinto de tocar.
En esta entrada quiero hablar sobre el origen de esa necesidad de contacto y las complicaciones que provoca cuando no se produce en los primeros días de vida.
El contacto físico
El neurocientífico perinatal Nils Bergman demostró, en un estudio de 2004, que el contacto piel con piel entre la madre y el recién nacido era muy importante. En ese estudio comparaba la rapidez en la recuperación de las alteraciones cardíacas y respiratorias en bebés prematuros que estaban piel con piel o en una incubadora. En la conclusión, expresó que la necesidad de llamar al médico se veía disminuida si los bebés estaban piel con piel.
Si buscamos una información más reciente, encontramos un estudio científico de 2019. En éste, se reafirma que el piel con piel tiene beneficios tanto para la madre como para el bebé. En el caso del bebé, existía una disminución de las consecuencias negativas del “estrés de nacer”, una regulación de la temperatura más óptima, menos llanto y mejoras en la lactancia materna.
El circuito de la recompensa
El contacto físico es la primera gran recompensa que recibimos como recién nacidos y nos aporta una dosis muy alta de dopamina. La dopamina es una hormona que se libera a nivel cerebral. Nos ayuda a la búsqueda del placer y, junto con las endorfinas, produce la necesidad de repetir ese comportamiento que nos ha dado la sensación de bienestar.
El tacto y el olor de mamá irán estructurando el circuito de recompensa del recién llegado. Este circuito de recompensa también se activa a través de la alimentación, hidratación y movimiento. Estos 4 pilares (contacto, alimentación, hidratación y movimiento) son los que forman el circuito de recompensa.
Relacionado con el circuito de recompensa, debo hablar de la leptina. La leptina es una hormona anorexigénica, es decir, provoca sensación de saciedad. La liberación de la leptina se produce cuando las reservas energéticas están llenas y el cuerpo interpreta que no es necesario comer más. A veces el circuito puede verse atrofiado y desarrollar resistencia a la hormona. La resistencia a la leptina significa que es necesario liberar a más hormona para provocar la respuesta de saciedad. Cuando existe resistencia a la leptina, el cerebro interpreta que estamos sin reservas, es decir, que es necesario conseguir alimento pronto y no gastar mucha energía. Las expresiones físicas que podemos oír son pocas ganas de movernos, infertilidad, frío, aislamiento social, dolor, cansancio, problemas de atención… Y, además, incapacidad para generar cambios.
¿Puedes reconocer estos síntomas en alguna persona cercana? ¿O en ti mismo/a? A veces el circuito de la recompensa puede verse alterado por comportamientos que hemos ido desarrollando a lo largo de la vida adulta, pero otras veces es debido a ese aislamiento de cuando éramos recién nacidos.
Conclusión
Concluyendo, aquellos bebés que no han tenido el contacto físico de los padres se vuelven adultos que están buscando recompensas fáciles ya grandes dosis. Nos volvemos adictos a la subida de la hormona dopamina que aporta, por ejemplo, el azúcar, la cafeína, las drogas o el reconocimiento social, pero cada vez necesitaremos más dosis, más tiempo o mayor frecuencia para saciar la necesidad de placer.
Entonces, debemos tener claro que la separación después del parto y durante los primeros días de vida provocará cambios hormonales, metabólicos y cognitivos que afectarán durante toda la vida a ese bebé.
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